Ya lo sabemos. En México, en un rancho cercano a la localidad de San Fernando, Estado de Tamaulipas, fueron asesinadas 72 personas. Hasta el momento sólo está claro que se trata de 58 hombres y 14 mujeres. Sin embargo, un sobreviviente, cuya información debe ser confirmada, asegura que los asesinados eran inmigrantes que querían llegar a los Estados Unidos.
Independientemente del curso que tome la historia, la ocasión es propicia para señalar un comportamiento de la población latinoamericana que siempre me ha parecido curioso y, francamente, para nada sano. Se trata del disímil tratamiento que damos a determinados hechos según estos ocurran en nuestros territorios o en los Estados Unidos de América. Si los mencionados asesinatos hubiesen ocurrido en los Estados Unidos, la reacción de la sociedad latinoamericana sería muy distinta a la que es previsible esperar por los eventos acaecidos en México. En efecto, si un grupo de desgraciados gringos civiles, como les gustaría decir a algunos, mata salvajemente a dos o tres inmigrantes, es el acabóse. Estaríamos frente a un escándalo de proporciones inimaginables. Poco importaría que los perpetradores fueran civiles y que las autoridades no estuvieran involucradas. Los grupos defensores de los derechos humanos estarían sobre las autoridades gringas; los medios de comunicación tendrían a furibundos panelistas, casualmente antiestadounidenses hasta las médulas todos; las señoras estarían cosiendo banderas de estados unidos para que sus hijos las quemen en plazas públicas; los expertos estarían discurriendo sobre cómo la sociedad americana está enferma de odio; el hashtag de la semana en twitter sería algo como #PobresInmigrantesIndefensosAsesinadosPorGringosMalucos; ya en facebook los haters pages se contarían por docenas y la menos intensa tendría un nombre como «Odio a los pinches gringos asesinos»; y como no, seguramente el Sr. René Pérez Joglar, el Visitante (vocalista de Calle 13) estaría usando una camiseta estampada con una «ingeniosa» taglines: «Gringos Asesinos de Inmigrantes». Pero los eventos ocurrieron en México. En nuestro patio. En consecuencia, no esperemos gran bullicio por la lamentable muerte de estas 72 personas. No habrá rechiflas para las autoridades mexicanas, aun se descubra, como en otros casos, alguna complicidad de ciertas autoridades. Los defensores de los derechos humanos susurrarán el discurso de rigor; los medios tendrán la noticia al lado de la que da cuenta del Elefante que tenía la trompa muy corta; las plazas públicas no tendrán manifestantes, sólo estarán los enamorados; tampoco se quemarán banderas; los expertos permanecerán en sus claustros académicos; el hashtag en twitter será #LuisFonsi; en facebook la nueva hater pages será sobre la niña con frenillos; y el Sr. René Pérez Joglar no se dará por enterado. Por alguna extraña razón, los hechos que nos resultan odiosos e inaceptables en Estados Unidos, los consideramos normales, o menos malos, cuando ocurren en nuestros países latinoamericanos. Así, estamos escandalizados y muchos, incluso, han entrado en cólera, porque en Estados Unidos una Ley Estadal, la de Arizona, permite que los servicios de seguridad puedan exigir a cualquier persona en la calle documentos que prueben que se encuentran legalmente en ese país. En cambio, no nos sorprende que en nuestros países cualquier policía, sin ninguna razón distinta a como andas vestido, o al color de tu piel, o, en el mejor (o peor?) de los casos debido a su «instinto policíaco», no sólo te puede pedir identificación, sino que puede mandar tus huesos a la cárcel. Igualmente nos escandalizamos si la cámara de algún transeúnte toma al policía de Los Ángeles abofeteando a un ciudadano. No obstante, aceptamos sin más que cualquier uniformado te de una golpiza porque hiciste un cruce en «U». En realidad no alcanzo a comprender esta ductilidad o maleabilidad del carácter de la población latinoamericana, que nos lleva a rechazar con ahínco determinados hechos (ciertamente ominosos algunos, discutibles otros), cuando se producen en los Estados Unidos, pero al mismo tiempo nos permite aceptar, como normales o al menos como menos graves, esos mismos hechos cuando se producen en nuestros patios. No creo que eso sea bueno para nosotros. Enviado desde mi BlackBerry de MovistarSuscríbase gratuitamente a nuestra Newsletter.
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Por Juan Candelario
Es abogado, egresado de la Universidad Católica Andrés Bello, en Caracas, Venezuela (una de las 50 mejores universidades de Latinoamérica, según el QS World University Rankings, 2016). Doctorando en Derecho y con estudios en Derecho Económico y Derecho de la Integración, así como en Derecho Corporativo y Derecho de los Negocios, enfoca su práctica profesional en operaciones, transacciones y asuntos corporativos y financieros de alto nivel. En particular, aquellos altamente complejos y con aspectos multijurisdiccionales o transfronterizos.